
Tiene el respaldo de Alejandro Sanz, la coreógrafa de Pharrell Williams, una línea de ropa con su nombre para Inditex, ha fichado por Sony y Universal, tiene un vídeo viral en el que pasa de Pedro Almodóvar como si le oliera el aliento, ha ganado 2 grammys latinos y se presentó con 15 años al «Tú sí que vales». Y todo eso lo sé sin que Rosalía me importe una mierda. Es información que El País, Spotify, Google (sólo tienes que poner «ro» en el buscador) y El Mundo me han insertado en vena. Me guste o no, lo quiera o no, me interese o no.
No se trata del primer producto mainstream que la industria intenta vender. De hecho, el discurso de marketing tampoco es muy original: fusione usted flamenco y un estilo musical de moda (en este caso el trap o esa estupidez de término indeterminado que es «música urbana»), diga que ha levantado mucha controversia entre los puristas – uno se imagina siempre a los puristas, sean quienes sean, como un grupo de señores entrados en años y carnes, con sombrero de fieltro, cara de estreñimiento perpetuo y farias incrustado en los dientes – y añada que tiene un estilo fresco, talento desbordante, personalidad a raudales y una juventud insultante. Ah, sí. La chica está empoderada, cómo no. Supongo que estuvieron barajando la posibilidad de describir su estilo como disruptivo pero en algún momento hay que decir basta con las palabras de moda, hasta cuando se fabrica una marca efímera. Nada que no se lleve haciendo desde finales de los setenta para fabricar una estrella del pop, vaya.
Si se tratase sólo de eso, no estaría escribiendo estas líneas. Y es que no es Rosalía en sí, sino la propia campaña abrasiva de comunicación que lleva detrás. Hasta ahora, una estrella emergente acababa saturándote de tanto escuchar su hit en cualquier parte. Acababas hasta los huevos. En el caso de esta chica, habré escuchado una canción suya tres o cuatro veces a lo sumo. Y, a pesar de ello, estoy revenido, harto, empachado de Rosalía.
Eso es lo jodido, lo que produce escalofríos (bueno, eso y que Alejandro Sanz y Amancio Ortega se pongan de acuerdo en algo): Rosalía, tal y como la han vendido, podría ser lo mismo una cantante, un refresco o un desodorante para zapatos. Lo de menos es que el público escuche su música: lo importante es que, de repente, un nombre desconocido para el gran público pase a estar en boca de todo el mundo en cuestión de unas semanas. Y lo han conseguido. Joder, si lo han hecho. Todos los medios, todas las redes sociales machacando de forma sincronizada a golpe de talonario.
De hecho, la campaña de sobresaturación cumple con un objetivo múltiple: convencer al público al que va dirigido, captar al indeciso y- he aquí la novedad- crear detractores a toda leche.
¿Qué es lo bueno de crear detractores? Sencillo. Primero, consigues que un público al que no ibas a llegar, de repente empiece a hablar de tu producto. Para muestra un botón: aquí me tienes largando sobre una chica que mezcla trap y flamenco que musicalmente ni me va ni me viene. Segundo, ese aluvión de críticas hace que los seguidores cierren filas en torno a su cantante, refresco o desodorante de zapatos favorito. Redondo, vaya.
Ahora bien, ¿y si en vez de cantantes o productos hablásemos de otras cosas? ¿Y si por ejemplo fuesen candidatos, partidos políticos o ideologías? La respuesta es fácil. Vuelve a leer a partir del tercer párrafo y sustituye Rosalía por Trump, por el Brexit, por el Procés, por Bolsonaro, por Le Pen o por Vox.
Hace unas semanas ni te sonaba su nombre. De la noche a la mañana, no haces más que escucharlo y sus seguidores colapsan la plaza de Colón. Sí, vuelvo a hablar de Rosalía. Pero lo mismo podría hablar de un refresco, un desodorante de zapatos… O de un partido político.
¿Cómo se te queda el cuerpo? A mí, malamente, oiga.